miércoles, 8 de agosto de 2007

CUENTO DE VERANO (14)

Hacía calor, posiblemente era verano. No, no lo recuerdo señor inspector. Le juro que ni siquiera recuerdo a qué hora mis pies dejaron de ser míos. Por más que lo intento, señor, no logro recordar a qué hora exacta mis pisadas empezaron a avanzar ante mis pasos..................... (Aloia)

Estaba absorto dentro de mi cabeza. Todo se había borrado de mi conciencia. Señor, le pido que no me ataque tan cobardemente y con tanta saña, hago lo que puedo para intentar resetear mi cerebro aletargado. No se porqué pone esa cara tan larga, como de desprecio. Soy buena persona, no creo que haya hecho nada malo, ¿verdad? Si es así, seguro que no fue culpa mia, fue la humedad que habita en mi alma....... (Hôichi)

Pero qué hablas chalado, que las pisadas avanzan ante los pasos y que tienes húmeda el alma, no será que TUS pasos humedos avanzan SOBRE mi alma pisada. Que me tienes atrapada, puerca apariencia, que tu aliento de vaho me repele cada día con más fuerza, que tus desvaríos me aburren, aquí no hay inspector ni nadie te está mirando, sólo estamos yo y tu yo. (raull)

Tu Yo y Yo en el calor insoportable de este largo y pastoso verano.
-¿Estás ahí,? Ok. Tengo la tele puesta y el ventilador entre las piernas.Dime, ¿qué haces?
-Abría ahora mismo una lata de cerveza...y me he cortado, me cae un hilo de sangre entre los dedos al que le pego ...hmmm...slapsss... un lengüetazo... vaya, acabo de decorar nuestra foto en Arlés con tres manchas rojas.
-Habrán quedado bien al menos, píntame la falda, que era blanca.
-Te acabas de teñir el pelo, un muslo, y haces juego con el suelo.
-Siempre recuerdo esa tierra roja...y los girasoles como grandes orejas..." (Pilar)

Creo que voy a follarte ahora mismo. Sabes que siempre me ha puesto a cien tu pelo enmarañado y el olor a sangre fresca. No te limpies, no mancilles ese plasma tan puro con tu pulcra mirada.Este no era nuestro juego, pero siempre consigues conquistarme con tu perversa e inocente palabra.
Se desposeyeron de todas sus ataduras, yacieron en el humeante y rasposo suelo, donde consumieron su sed de cuerpo lascivo. Él siempre supo que estaban hechos el uno para el otro. A pesar de todas las paranoias que sus mentes inventaban para no convertirse en unos vegetales vírgenes de vitalidad inmunda. A continuación sobrevino el gemido, tan abrupto y violento como un rugido. Lo siguiente que acaeció, devino oscuridad inducida por el dolor placentero. (Hôichi)

Continuaba en el suelo imantada más que tendida. La tierra tiraba de ella en una postura que milagrosamente había pasado a ser cómoda. Qué acrobacia es el sexo, habían comentado alguna vez en esas tardes largas de verano en el apartamento de Arlés. En el sexo todo es cómodo, sí, aunque no creas, a veces me pegan unos tirones, decía él mientras con una mano se señala la bragueta. Reían. Un timbre intermitente de debajo del sillón la fue trayendo a la vida, a la otra, a la de la distancia en la que vivían desde la decisión ¿era necesaria? comentaban cada tarde cuando hablaban.
Ah, el inalámbrico, se ha quedado descolgado, una sonrisa acompañó a la mano que se extendía con languidez por debajo de las patas del sillón a la altura de sus narices… ya me extrañaba, y le dio a repetir llamada. Sonó un rato. Lo imaginaba como tantas veces lo había visto, desprovisto de alma y de materia, en el limbo de los líquidos que esta vez venían acompañados de sangre, su herida, sí, la foto, ah sí la falda, la tierra, los pantalones, quítate…
En el silencio al otro lado habían descolgado...
-...hinnn, no me quieres ya, ya no me llamas después de hacer el amor. ¿Me oyes? ¿despiertas? ey, sigo aquí, no me digas que andas tirado todavía, porque… ...yo también…
-Sí, se oyó con una sequedad más que de boca.
-Pues si estás ahí, querido, dime de nuevo, dímelo, no es verdad que aún emerge entre los fantasmas la posibilidad de una isla, una isla de entre los fantasmas, como siempre pensamos, dime ¿aún emerge entre los fantasmas la posibilidad de una isla? (Pilar)

Pulso pausa. Paso a plano general. Reenfoco la escena: salón-comedor, sofá tela raída, televisión silenciada, el culebrón de turno, portezuelas de las ventanas-balcón semicerradas, con persiana de esterilla echada para evitar entre el sol en Julio Corriente. Centro la escena, mi cuerpo. Tendido en el suelo, restos de semen en las baldosas respiran mi sudor y la mala conciencia ha dejado una mancha en una de las losetas de barro que no va a haber manera de sacar… Me incorporo, pero antes de colocarme las lentillas de ser culturado en judeo-cristianismo me coloco debajo el ventilador… qué fresquito en los cojones. ¡Ya! Me calzo la falda… ¿o eran los pantalones? (raull)

Debían ser mis pasos y debía ser verano señor inspector,sí, esa mancha, la loseta ensangrentada, la falda blanca que hacía unos instantes besaba y abrazaba, mojaba entre sudor y semen, esa que escondía entre los muslos unos momentos antes, colgaba del televisor como antesala para el gran espectáculo de mirarla de nuevo, ajena, insinuante, lánguida....

...tengo sed, necesito algo de beber...un cigarrillo...

...entró de golpe una bocanada de viento como si una nube de tormenta hubiese tomado aquel lugar de improviso, y miré hacia atrás asustado, a ciegas tanteé intentando recoger los pantalones, algo me decía que en cualquier momento tendría que salir corriendo. De refilón, otra vez ella y la insinuación. Esa imagen. Casi a la vez, sin darme cuenta... ¿fue antes o después? ...no sé, señor inspector, entonces oí aquellas palabras muy cerca de mi oído. (Pilar)

Sí, eso es cierto, una bocanada de viento, de repente, partió la sala en dos. A un lado los gritos; al otro el silencio. Aquel inspector, antes seguro en sus formas, incrédulo ante lo evidente, sintió cómo el silencio se apoderaba de su conciencia. Sólo la vista parecía respoderle porque allí seguía él bajándose los pantalones una y otra vez. Intuía que gritaba suplicando comprensión porque sus labios parecían deformarse al tiempo que se arrancaba mechones de pelo...Pero no escuchaba, no escuchaba, no escuchaba...Le dio la espalda, no quiso verlo. Quiso alejarse en su presencia y despertar así de aquella pesadilla. Apoyó las manos en la pared y tomó aire; profundamente. Una y otra vez profundamente. Y entre bocanada y bocanada, a lo lejos, muy a lo lejos pareció intuir un sonido. Se incorporó friamente, sin perder la calma y cerró los ojos porque le pareció la mejor manera de no entorpecer al resto de sentidos. Sí, escuchó. Un susurro, era un susurro femenino. Lo escuchó. Repetía: "aún emerge entre los fantasmas la posibilidad de una isla", "aún emerge entre los fantasmas la posibilidad de una isla", "aún emerge entre los fantasmas la posibilidad de una isla"......Hipnotizado, se giró en busca de aquellas palabras. Sólo encontró unos pantalones ensangrentados. Ni rastro del hombre, ni de aquella otra voz. Sólo aquellos pantalones.(Aloia)

Se rascó la cabeza y se mesó la barba. Cerró los ojos para comprobar si todo había sido un sueño, una ilusión alucinada o una broma de mal gusto. Nada de eso, volvió a dirigir su mirada hacia la esquina de la discordia. Y allí seguían esos pantalones de pana ensangrentados.Pensó que quizá el miedo y su hijo ciego habían vuelto a casa. Sombras y sombras de duda vendida asomaban por sus pobladas cejas. Escalofríos sacudieron su adormecido ser. Es posible que aquel hombre desvanecido fuera aquello que más temía y que antaño fue su razón de ser. (Hôichi)

A 500 km de distancia de aquella esquina una mujer lloraba en su cocina. Una mesa, una silla incómoda, kilos de ceniza y un tazón de café. Ella apoyaba su cabeza sobre uno de sus brazos extendidos sobre la mesa, con el otro se acariciaba el pelo. Bajo el brazo, una carta."...Por más que piso estas calles, no llego. Hay veces que lo hago creyendo que me dirijo a algún lugar. Otras convenciéndome de que es bueno hacerlo sin destino. Todas, sin saber qué hago, si es que algo me mueve. Si es que escapo, no sé de qué. Si voy, no sé a dónde. Y por más que busco no encuentro más que nuevos huecos en los que perderme. Poco a poco, sin hacer a penas ruido, mis días se han rodeado de silencio y en todo espacio me conformo con el abrigo de mi sombra. Una puerta de cerradura solitaria y de la llave original pocas copias. Jornadas de puertas abiertas, muchas menos. Punto a punto sin perder el ritmo y en lo único constante que adorna mi rutina esa cerradura se hace malla, tan pefectamente diseñada que presiento llegará el día en que ni siquiera yo pueda traspasarla.Para qué servirá tanta perfección, para qué tanto esfuerzo. Ni siquiera allí aguantaré, allí donde a pulso cavo mi sitio...de allí también querré escapar. Y posiblemente sea tarde, mucho, para admitir que sí conocía el camino al tiempo que compruebe que ese camino ya no existe...." (Aloia)

El inspector encendió pausadamente un cigarrillo, aspiró profundamente con los ojos cerrados y exhaló muy despacio el humo. Al abrir los ojos se encontró de frente con la mirada reprobadora del subinspector.—No me jodas, Martínez, la ley antitabaco me la suda. Éste es mi despacho y si no te gusta que fume, te vas a la puta calle mientras lo hago.Todos los días tengo que vérmelas con una caterva de tipos espeluznantes que no dudarían en cargarse a su propia madre,que menos que un cigarrito que me ayude a relajarme y pensar...Yo esa ley me la paso por el forro de los cojones.—Ya, inspector, como todo, lo que me jode es que el humo también me lo trago yo. Tú mátate como quieras, no es asunto mío— respondió Martínez.— Tú y tus fundamentalismos sanitarios. ¿Conoces a alguien que por no fumar no se haya muerto? No seas gilipollas, Martínez.— Bueno, ¿qué piensas del tipo éste? No está loco, estoy seguro. Pero el que va a terminar loco soy yo.— Aún no ha llegado el informe del psicólogo— Joder, el informe me lo paso yo...— Sí, por el mismísimo forro de los cojones, ya lo sé— interrumpió Martínez cansado de oír siempre la misma coletilla.El asunto pintaba mal. Lo único que tenían era los aparentes desvaríos de un supuesto esquizofrénico o lo que quiera que fuese, y una sola realidad tangible: un pantalón de pana ensangrentado.¿Por dónde coger aquello?
Y ahora estoy aquí, en medio, inevitablemente inmóvil, paralizado por el pánico y la indecisión. Tras de mí, un inspector que sabe tal vez más que yo mismo, y unos pantalones de pana ensangrentados que se erigen como una acusación que no entiendo y que me obligan a huir. Ante mis ojos, una vereda que se bifurca en dos caminos, uno de ellos recto y angosto, ancho y sinuoso el otro; me aterran las angosturas, me falta el aire y mi cerebro se vuelve evanescente en un intento de huida no materializado; no me gustan las sendas que no sé a dónde conducen, me altera no ver retazos del camino que he de recorrer, y pierdo los nervios hasta el más absoluto descontrol. ¿Por dónde he de seguir? La única persona que podría ayudarme no está aquí, la única persona que podría descifrarme está a quinientos kilómetros de esta encrucijada, ¿qué hacer entonces? Debo decidir y me lo impide el pánico. (Raquel)

No me pregunte cómo vi la escena, yo tampoco sé cómo ve usted, nunca podré saberlo, pero no me empeño en imaginarlo, soy ciego de nacimiento y sería difícil por no decir imposible que le explicara desde mi particular constelación que yo, señor inspector, veo, de otro modo pero tengo la facultad que ustedes los videntes llaman ver. Había quedado con mi padre esa tarde a primera hora. Me dijo que era importante, que tenía que hablar conmigo de un asunto relacionado con mamá. Cuando me llamó estaba agitado, muy inquieto, me preocupó, pero no era la primera vez que lo encontraba así, tiene recaídas de su enfermedad continuamente, bipolar, maníaco depresivo, brotes esquizoides, soledad, angustia, qué sé yo, qué saben los médicos que llevan adormeciéndolo toda la vida y nadie se aclara. La ciencia, el gran misterio de la razón, el carnaval de la individualidad. También llamé a mi madre, en el móvil pueden constatarlo, pero no conseguí que cogiera el teléfono, quería alguna pista, ayuda, pero no, no contestó, lo suele hacer, no es extraño. Sobre las cuatro me dirigí hacia allí, un día de calor insoportable, ni un alma en la calle, me dijo el taxista, a los ciegos nos lo dicen todo por si acaso no sabemos nada, sobrepasábamos los cuarenta seguro, y se olía a gotas de arena, aseguraría que durante el trayecto cayeron gotarrones de tierra, hacía mucho calor, sí. Llamé a la puerta un par de veces, pero nadie abría, así que saqué mis propias llaves y entré... y "vi", vi que mi padre no estaba solo, vi que había sangre, vi que la pantalla estaba encendida, me quedé unos instantes quieto tanteando con el bastón lo inmediato, había botellas en el suelo, ropas, y algo punzante, un cuchillo según he sabido después, pero en ese momento quería "ver" más antes de preguntarme nada, susurré papá, papá, un movimiento a mi alrededor me hizo pensar en una broma, vamos, no me hagas esto, viejo, déjate de chorradas, no estamos jugando a los ciegos como cuando era pequeño, venga...no... giré, todo era demasiado confuso, el movimiento no venía del mismo lugar que la sangre, no, era otra cosa, papá, papá, grité entonces, olor a sudor a mi lado, me cayeron gotas de un pelo largo agitado, un hombre de pelo largo, estoy seguro, ese sudor era de hombre, alguien me bordeaba volátil, tuve pánico, me quedé paralizado, y entonces oí con voz agonizante, Alberto, no, no lo dejes salir, y se oyó un portazo. (Pilar)

3 comentarios:

Aloia dijo...

Impresionante Pilar, en serio , me ha encantado...buen giro, sí señora!!!
Mil biquiños!

Raquel dijo...

Yo también estoy impresionada, :) Poco a poco todas las piezas van encajando. Besos.

Pilar M Clares dijo...

He rescatado al hijo que Hoichi hizo ciego, aunque, no creáis, tuve la tentación de que estuviera ciego y no de la vista. Bueno, gracias a las dos, ahora a ver quién se anima. Besos a las dos y a los ausentes, eyyyy, manifestaros!